miércoles, 3 de marzo de 2010

Hipotecas de Cartón


No es culpa de la crisis y no sabría decir de quien es la culpa, tampoco es que nadie vaya a asumir culpa alguna o la culpa será para la sociedad entera, un eufemismo para decir que nos importa una mierda.

Podemos decir que están ahí porque quieren, podemos pensar lo que queramos, incluso cerrar los ojos, taparnos la nariz o mirar para otro lado (si has cerrado los ojos no es necesario mirar hacia otro lado). Pero lo cierto es que siempre ha habido, y habrá, gente viviendo en sus casas de cartón.

La foto está tomada en la estación de Chamberí, pero las he visto, incluso agrupadas, junto al Teatro Real, en pleno centro de Madrid. Ahí están, forman parte del paisaje, no les hacemos caso y ni siquiera nos preguntamos cómo han llegado allí; no vaya a ser que la respuesta nos sacuda la conciencia.

La foto está tomada de lejos a propósito, por muy en la calle que vivan tienen derecho a su intimidad y a que, bajo ningún concepto, la invadamos o ultrajemos. Algo que debería plantearse los programas de 21 días en la calle, El Diario de Patricia y su puta madre, o cualquier otro programas de “sillas” que habitan las televisiones de hoy en día y que nos presentan este modo de vida como si de un zoo se tratara: los que están allí por la droga, los que se quedaron sin trabajo o a los que echó su familia por culpa de la droga y por no tener trabajo.

Todos los días paso dos veces por su lado, yo soy de los que no puedo evitar mirarlo aunque soy consciente de estar mirando dentro de una casa que no es la mía, mirar dentro de una vida que no es la mía y, muy probablemente, tras ver sus ojos, estar viendo a una persona con las esperanzas muertas, sin un futuro y sin ganas de tenerlo.

Pelo negro rizado, barba poblada, sucia y rizada, una vida con tantos rizos como la barba y el pelo y tan complejos que es muy probable que no sepa cómo llegó a vivir en una casa de una sola pieza hecha con paredes de cartón.

Siempre que paso sé perfectamente donde mira, pero jamás he logrado saber lo que ve. Quizá un futuro que no va más allá de su próxima comida, su próxima siesta o la próxima visita de la trabajadora social (quiero pensar que es una chica de unos 30 años, menuda, delgada y con ganas de trasmitirle al hombre una tremenda ilusión por vivir).

Releo lo que he escrito y veo, muy a mi pesar, que me he convertido en uno como todos: me refugio en las sombras de la sociedad y en pensar que otros ya hacen por el lo que debería hacer yo, o, sencillamente, que no es asunto mío.

Tres pasos mas allá de su casa…ya lo he olvidado.

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