jueves, 25 de marzo de 2010

El Chorizo de Proust




Pues eso es lo que tienen las grandes ciudades: que de repente un día te trasladan a tu infancia sin más que ver un despacho de productos de cerdo ibérico con denominación de origen Valle de los Pedroches.

Y de la misma forma que cuando dos españoles nos encontramos en Melbourne parece que somos paisanos y jugábamos a las canicas en la calle, al ver este despacho me hizo recordar los chorizos, jamones, morcillas y demás derivados de ese marisco de corral que es el cerdo ibérico y que mi abuelo curaba en su propia casa.

He de decir, y por eso lo digo, que no me matan demasiado este tipo de productos, quizá por qué los que hacía mi abuelo eran ambrosía de dioses comparados con los que embasa, distribuye y vende COVAP. Pero verlos aquí me ha hecho salivar como si se tratara de la magdalena de Proust.

Sólo dejar constancia del hecho y del viaje en el tiempo que me ha llevado a esas calles empedradas de Pozoblanco, o de tierra, que recorría los veranos con un bocadillo de chorizo en la mano. El chocolate del Hipólito que llenaba las tardes bajo la parra, o mi primera borrachera de pitarra en la feria de vaya usted a saber qué año y que, ahora, me hacen sonreír y añorar algo que sé, con toda seguridad, que no volverá.

Así son los tiempos modernos, con sus cosas buenas y sus cosas malas, pero deben compensar mas las buenas porque si no nadie los querría.

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